viernes, 11 de febrero de 2011

127 HORAS (127 Hours)



El realizador inglés Danny Boyle es un cineasta al que le gusta experimentar con cada nuevo proyecto. Ni se encasilla en un género determinado ni tiene siempre una misma forma de narrar las historias. Desde que logró la fama con su inclasificable film Trainspotting, ha pasado por la comedia con Una historia diferente, el terror con 28 días después, el drama místico con Millones o la ciencia ficción con Sunshine hasta que llegó Slumdog Millionaire cinta, para mi gusto, claramente sobrevalorada y que, pese a su corrección formal y lo conmovedor de buena parte de sus escenas, conlleva una visión muy desagradable (aunque sin duda y, tristemente, real) de la infancia en la India, provoca un nudo en el estómago que no anima a verla una y otra vez. Ahora presenta 127 horas, film basado en la historia real de un aventurero que queda atrapado en una montaña al caerle una roca en su mano y que, tras una larga agonía, decide cortarse él mismo el brazo como la única escapatoria de una muerte segura.
El largometraje reúne las principales señas de identidad del cine de Boyle como un montaje ágil, una muy original presentación visual de escenas y, como ocurriera en su anterior y oscarizado trabajo, una indudable recreación en el sufrimiento. Se podría decir que, en ocasiones, recuerda a la película Buried de Rodrigo Cortes. Si, en el caso de esta cinta española, veíamos al protagonista enterrado en vida en un ataúd, en el caso de 127 horas asistimos durante la mayoría del metraje a la tragedia de un joven atrapado en un pasadizo montañoso con una gran roca sobre su brazo. La diferencia es que el director británico cuenta con más libertad para experimentar que su colega hispano. Aquí, la utilización de flashbacks, la inserción de las alucinaciones del protagonista y la gran belleza de los paisajes en la primera parte de la proyección, hasta llegar al momento del accidente, convierte a esta propuesta en menos monotemática y, en consecuencia, ofrece una posibilidad de entretenimiento muy superior.
Boyle nos ofrece claramente una obra de ensayo, un ejercicio creativo que, aunque en ocasiones produzca rechazo y provoque en el público sensaciones muy desagradables ante el sufrimiento y martirio del personaje principal, sirve para reconocerle a su realizador la valentía de hacerse cargo de un proyecto alejado de lo convencional. Pese a todos estos méritos, se me antojan exagerados los reconocimientos otorgados en forma de nominaciones a los Oscar a la mejor película y al mejor guión del año, obteniendo en total seis posibilidades de estatuilla.
Quien sí merece un gran reconocimiento es el actor James Franco, cuya participación en la trilogía de Spiderman y sus notables interpretaciones en Mi nombre es Harvey Milk y En el valle de Elah le convierten en uno de los profesionales con más futuro de su generación. Carga con todo el peso de la narración sobre sus espaldas y logra sacarla adelante con soltura.

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