jueves, 23 de diciembre de 2010

TRON: LEGACY


En el año 1982 se estrenó Tron, una película de ciencia ficción que alcanzó una notable repercusión mediática y cierto reconocimiento artístico. Con un presupuesto de diecisiete millones de dólares de los de hace treinta años, logró recaudar más de treinta tan sólo en el mercado norteamericano. Además, en una época en la que los efectos especiales comenzaban a despuntar, obtuvo varias nominaciones a los Oscar y a los BAFTA en apartados técnicos como los de mejor sonido o mejores efectos visuales. Ahora, tres décadas más tarde, llega a las pantallas la continuación de la historia. Un entonces joven Jeff Bridges, que interpretó el papel protagonista en la primera entrega, es ahora un maduro padre de familia que cede ese protagonismo a su hijo.
Al igual que su predecesor, el film se adentra en un mundo virtual de peligrosos videojuegos, manteniendo esa constante durante toda la proyección. Por lo tanto, parece evidente que sólo los aficionados a este tipo de entretenimiento se interesarán por una trama que, vista sin la pasión del jugador habitual, se torna infantiloide y descabellada, a pesar de la pretensión de alejar la película del público más infantil a base de acción y de situaciones de tensión límite. Los responsables de la producción aspiran a que el tiempo transcurrido que separa a ambas entregas quede reflejado de forma patente a la hora de comparar la calidad de los efectos especiales y de las técnicas digitales utilizadas. Desde ese punto de vista, es obvio que la versión actual desborda en capacidad y contundencia a su antecesora. El espectáculo visual apabulla a un público que encuentra en la oscuridad de la sala un potente entretenimiento de luz y sonido. Sin embargo, quien desee buenos diálogos, personajes interesantes y bien construidos, narración rigurosa o recreación de escenas memorables, probablemente abandonará su asiento con la sensación de que ni el colorido, ni la luminosidad, ni el sonido contundente, ni siquiera la concatenación de escenas de acción, consiguen ocultar que nos hallamos ante un producto claramente menor que trata de esconder sus evidentes carencias proyectándose en tres dimensiones o justificándose en la muy superior corrección formal que separa a ambos títulos. Es cierto que puede servir para que, quienes rebasen los cuarenta años, sientan nostalgia de la edad que tenían cuando fueron a ver Tron aquel 1982 ya tan lejano. Ahora bien, habiendo disfrutado en este 2010 que finaliza de auténticas joyas de la ciencia ficción y la acción como Origen (cinta que acaba de recibir tres nominaciones a los Globos de Oro, entre ellas las de mejor película y mejor director), Tron:Legacy queda relegada al lugar donde habitualmente reposan la mayoría de las segundas partes: el destinado a las obras prescindibles.
Ni siquiera sus buenos números en la taquilla norteamericana el fin de semana pasado (obtuvo cuarenta y tres millones de euros y se aupó al primer puesto de la recaudación) le aseguran un relevante éxito comercial. Los aproximadamente doscientos millones de dólares de presupuesto invertidos en la realización del largometraje implican, no sólo que se deba esperar para valorar su posible rentabilidad, sino que incluso sea preciso cuestionarse si esas claras mejoras en los apartados técnicos con respecto a la primera entrega deben servir como suficiente argumento comparativo teniendo en cuenta su elevada inversión económica.

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