sábado, 22 de mayo de 2010

ROBIN HOOD

El realizador británico Ridley Scott es considerado un cualificado profesional con una carrera a sus espaldas que abarca prácticamente cuatro décadas. En su trayectoria artística se pueden hallar buenos títulos aunque, en más de una ocasión, se ha visto envuelto en proyectos de baja calidad, algunos de ellos impropios de su nivel. En los años setenta cintas como Los duelistas o Alien el octavo pasajero hacían presagiar que detrás de la cámara había un director dotado de gran talento. Ya en 1982 filmó la obra de culto Blade Runner y en la década de los noventa volvió a sorprender con la extraordinaria Thelma & Louise. Fue a partir del año 2000 cuando Scott logró sus mayores éxitos de taquilla con películas tan relevantes como Gladiator o Black Hawk derribado y, en menor medida, las igualmente meritorias Red de mentiras y American Gangster, obteniendo además el favor de la crítica especializada. En su mejor versión es un cineasta riguroso, original, contundente en su forma de narrar y ágil y eficaz a la hora de filmar, como demuestran sus tres nominaciones a los Oscar. Por ello, cuesta trabajo creer que sea también el responsable de filmes tan pésimos como La teniente O´Neill. Sea como fuere, lo cierto es que su aportación al séptimo arte merece un capítulo aparte en el desarrollo de la industria cinematográfica de los últimos cuarenta años.
Otra pregunta de difícil respuesta es la relativa a conocer el motivo por el que determinados personajes son llevados a la pantalla grande de forma reiterada. Robin Hood es uno de ellos y se coloca como figura central de las más diversas versiones, desde la del mítico Errol Flynn en los años treinta (Las aventuras de Robin Hood), hasta una comedia absurda firmada por Mel Brooks (Las locas, locas aventuras de Robin Hood), pasando por un héroe más propio del cine de acción encarnado por Kevin Costner (Robin Hood, príncipe de los ladrones) o la más pausada y otoñal interpretada por un excelente Sean Connery (Robin y Marian). Opciones para todos los gustos, como sucede con el conde Drácula, adaptado hasta la saciedad en todos los formatos posibles y cuya última versión realmente original se debe a Francis Ford Coppola (Drácula de Bram Stoker) donde el gran maestro daba otra vuelta de tuerca a un personaje muy manido, presentándole con una estética romántica que en nada recordaba a sus antecesores. El problema es que, cuando se carece de ese espíritu innovador, el riesgo de ofrecer más de lo mismo se cierne sobre cualquier proyecto y termina por pecar no sólo de reiterativo sino, lo que es peor, de aburrido.
Es el caso de este enésimo Robin Hood que llega ahora a las salas y que, a pesar de su correcta realización, no aporta nada destacable ni al personaje ni a la historia. Su parte introductoria de una hora resulta excesivamente larga y supone una pesada carga para el resto de la proyección. No se puede negar que el último tramo es más entretenido, coincidiendo con una visión más tradicional del arquero en su papel de justiciero proscrito pero, a pesar de ello, esta última versión resulta prescindible. El reparto está integrado por nombres de primerísima fila encabezados por el australiano Russell Crowe, cuyas interpretaciones en L.A Confidential, El dilema, Una mente maravillosa o Gladiador alcanzan cotas extraordinarias. Su compatriota Cate Blanchett, recordada por sus papeles en El curioso caso de Benjamin Button, Babel, El aviador o Elizabeth, se encarga de darle la réplica. En cuanto a los actores secundarios se trata de rostros conocidos del gran público como William Hurt (Una historia de violencia, Inteligencia artificial, Hijos de un dios menor) o Max Von Sydow (Shutter Island, Minority Report, Intacto del tinerfeño Juan Carlos Fresnadillo-.

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